Mientras se van abriendo ventanas de esperanza y vamos acariciando una vuelta escalonada hacia esa «nueva normalidad» de la que nos hablan los gestores de lo público, a nosotros nos toca seguir adelante con este miércoles de la tercer semana de pascua y séptima de confinamiento. La palabra de Dios nos ha contado estos días la historia de Esteban, el primer mártir, testigo de Cristo, de su muerte y resurrección. Hoy los Hechos de los apóstoles nos dicen que a raíz de su muerte injusta, se desató una gran persecución que dispersó a los discípulos de Jesús. El relato que comienza en drama termina diciéndonos que allá donde llegaron, «la ciudad se llenó de alegría».
Una vez más redescubrimos que está en nuestras manos, gestionar lo que nos toca vivir. A veces situaciones hermosas, alegres, gratificantes,… otras duras y desconcertantes como la del momento presente. La cuestión es si la pasión por Jesús, el gozo de la resurrección y la fuerza del Espíritu nos hacen actuar de tal modo que cooperemos a que la «la ciudad se llene de alegría» o no. Para esto ha enviado Jesús al mundo y para esto nos ha llamado a cada uno de nosotros. Así que mirando a nuestro entorno, procuremos desterrar el lamento, la murmuración y la pesadumbre, para poner de nuestra parte en la recuperación de una vida sana, digna y buena, especialmente para quienes están más frágiles, solos y sin el pan necesario que Dios quiere que sea para todos.
Un abrazo.