Caído va mi Señor. El mundo se ve de otra manera desde abajo, desde el suelo, pegado a tierra. En Semana Santa siempre me siento sobrecogido al contemplar a Jesús por los suelos. ¿Acaso no sumerge en un inmenso misterio descubrir a quien es fuente y origen de cuanto existe y Señor de la historia con la rodilla en tierra, la mano sobre pedernal y la mirada levantada hacia tus ojos y hacia el cielo? Nos cansamos buscando a Dios en no se que espacios infinitos, y resulta que está atravesando nuestros días, hundido por el peso de eso que llamamos cruz, y derribado por el mal, la injusticia y el pecado que no es sino desprecio del designio de amor y vida buena para todos que llamamos Reino. Hoy Jesús, cae al suelo porque no puede más. No te equivoques, este es el Dios en quien podemos confiar porque lo asume todo, lo acoge todo en su historia y en su carne. Nadie se queda fuera.
En ocasiones, también en la Iglesia, hay personas que se sienten fuera de lugar porque han tropezado, porque han caído, porque su situación es «irregular», porque son diferentes, porque se equivocaron, porque aman de distinto modo al convencional, porque su vida no se ajusta a los cánones establecidos, porque quedaron al margen, porque los dejaron fuera de la comunión, porque vivieron tales experiencias que se les agotó la capacidad de creer y esperar, porque se marcharon de casa,… tantos caídos y desamparados. A todos nos mira hoy Jesús en este suelo, en esta tierra, doloridos, golpeados, apartados, tratados injustamente, y al mirarnos en el mismo plano, a la misma altura, nos visita una corriente de profunda solidaridad que nos devuelve la fe, la esperanza y la dignidad. En este Dios podemos creer los que andamos por tierra. En este Dios tan humano.
Es Martes Santos, y la palabra de Dios nos habla de dos empujones que te derriban, que te conmueven profundamente, que vuelven noche tu blancura nazarena: la traición y la negación de dos de tus amigos, de tus íntimos, Judas y Pedro. Nada nos hunde tanto como ser traicionados y negados por aquellos en quien hemos puesto nuestra confianza. Jesús también ha asumido esta parte tan dolorosa de nuestra condición, capaz de lo mejor y lo peor. Se encuentra exhausto, derrotado y caído. Hoy tu Señor, tan cerca de ti, tan próximo a los derrotados, a los agotados, a los que ya no pueden más, que en estos días se encuentran en hogares, hospitales, servicios básicos, te mira pidiendo tu auxilio. No dudes en acercarte a ellos, animarlos, levantarlos, darles de beber. Allí te está esperando el Señor, caído por tierra. Búscalo y empápate, un día más, de la solidaridad y el amor desmesurado de Dios que lo ha asumido todo en Jesús y que hoy no puede más. Un abrazo, hermanos y hermanas. Recuperemos la fe en el Dios de Jesús y gastemos la energías en levantar a cuantos precisan ser levantados de su postración.