Sábado de Pascua. Hoy quiero hacer una pausa en estas letras que cada mañana escribo pensando en ti. Todas ellas han sido dictadas desde el corazón, tocado por la Palabra proclamada en la eucaristía de la mañana y al aire de todo lo que nos pasa en este tiempo de confinamiento. Casi sin darnos cuenta, hemos atravesado la cuaresma y estamos a punto de cerrar la octava de Pascua. En esta semana de luz venciendo a las sombras, Jesús se nos ha manifestado: en el sepulcro, en el jardín, camino de Emaús, en el cenáculo, y quizá en la cocina mientras preparabas la comida a tus hijos o en el balcón de tu casa mientras aplaudías, o en el beso de buenas noches a los tuyos, en el silencio del desvelo de la madrugada, en una llamada de teléfono inesperada que levanta de la muerte y devuelve a la vida. Y si todavía no ha ocurrido, ten paciencia que el Señor no dejará de manifestarse y de alumbrar toda oscuridad. Espera, ten fe, ama y si sientes el resplandor de su Luz, acoge la llamada que Él mismo nos hace hoy: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El día que se rompa el confinamiento, el día que se abra el portón de tu casa, siéntete urgido a gritar al mundo entero la alegría de un Dios tan grande que en estos días no ha dejado ni un solo instante de acompañarnos, sostenernos y conformar nuestro corazón para que seamos semilla de una humanidad resucitada.
Es tiempo de dejarte a solas con Él. Desde mañana te entregaré la eucaristía celebrada en la comunidad con una palabra del Evangelio. Solo me queda desearte la PAZ y la ALEGRÍA de JESÚS, nuestro AMOR y nuestra ESPERANZA. ¡Qué afortunados somos de que su mirada se haya posado en la nuestra! Feliz Pascua, paso de la muerte a la vida. Un abrazo.