Resistencia. Con esta palabra quiero comenzar la mañana contigo. Algo a lo que no estamos muy acostumbrados. Nos cansamos pronto de casi todo. Se nos hace duro caminar cuesta arriba, aguantar la tormenta interior que despliega ante nosotros quien no puede con su vida. Preferimos escabullirnos de aquellos lugares donde se llora, donde el corazón aparece desgarrado y la existencia golpeada injustamente. Nos gustaría saltar las dificultades o que Dios nos solucionase los problemas con un golpe de efecto. Pero no. Él nos ha enseñado en Jesús, su Hijo, que las sombras, los problemas, las dificultades, no se saltan ni se escabullen sino que se atraviesan.
En esto días de confinamiento e incertidumbre, cuando la curva de enfermedad y muerte parece que ha llegado a lo más alto pero se queda en la meseta, mientras se nos siguen yendo los amigos y familiares sin poder despedirlos, necesitamos mirar a Jesús que se prepara para entrar en la pasión, para atravesar lo más negro de la historia con coraje y determinación. Los cantos del siervo sufriente de Isaías nos ayudan a comprender de donde viene el impulso y la fuerza de Jesús cuando afirma el profeta: «El Señor me ha dado una lengua de discípulo para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me eche atrás». Es la escucha de la voz de Dios en nuestras vidas la que nos urge y nos mueve a consolar, a alentar, a sostener. No lo podemos hacer desde la altura moral, ni desde la teoría, sino desde nuestras propias heridas, desde la propia fragilidad, desde los golpes recibidos, que han endurecido nuestro rostro y nos han enseñado a permanecer y resistir en la vida. Esto es lo que hace Jesús, nuestro Dios tan divinamente humano: hablar a tu corazón y al mío, como dice el Papa Francisco, desde la catedra de la cruz. Habla a cada uno de nosotros desde su propia experiencia humana sufriente. Y así Cristo se hace palabra digna de fe.
Querido amigo, querida amiga, resiste, escucha la voz de Dios, siéntete impulsado a consolar y a alentar. Dios ha querido precisar de ti para llegar a tantos. Mientras, ve preparando el corazón porque Jesús quiere invitarte a celebrar mañana con él una cena de despedida, para ti que eres su amigo, su amiga. Prepárate para escuchar, acoger, sentir, las palabras más íntimas y fuerte de la vida, en la mesa del amor y del servicio en la que Jesús te espera. Un abrazo para todos. Salud y Esperanza en este miércoles santo.