Buenos días, familia. En medio de nuestro camino de cuaresma-cuarentena, nos llega como regalo de primavera la fiesta de la Anunciación del Señor. Hoy con toda la Familia Marianista celebramos nuestro día: la Encarnación de Jesús en el seno de la Mujer. Iniciativa de Dios, respuestas humana y acción del Espíritu se conjugan para hacer posible la salvación esperada, la liberación ansiada, la redención necesaria. Nosotros también como María estamos convocados a la respuesta, a la disponibilidad, al sí, a dejarnos llenar de la fuerza y la gracia de su Espíritu. Necesitamos comprender que Dios ha escogido este modo de actuar, que no se salta nada, que asume la historia y los procesos humanos. Dios se sigue haciendo presente en el mundo a través de quienes portamos a Jesús y su buena noticia. Y eso es lo que nos sigue tocando. Mientras confiamos en Él, mientras le decimos aquí me tienes, abrimos bien los ojos y nos remangamos para hacer posible que la alegría, la salud, la esperanza y el amor de Jesús lleguen a quienes lo necesitan.
Ayer he sentido el desgarro de muchos de vosotros con familiares en el hospital, mientras estáis solos en casa esperando la llamada de teléfono; el desgarro de médicos amigos agotados y rotos porque les duele la situación de desbordamiento y falta de medio para atender a tantos; la de quienes no pueden abrazar ni llorar a sus amigos en el momento de la pérdida de sus seres queridos. Nuestro mundo necesita redención. Dios la desea. Tu sí, tu palabra, tu animo, tu cariño, tu servicio, encarnan hoy a Jesús en el mundo, como hizo María. Seamos buenos hijos e hijas suyos cooperemos en esta preciosa misión de nuestra madre. Un abrazo y felicidades, amigos. En el fragor de la batalla bridemos por la vida y porque Dios nos anuncia la salvación. Un beso lleno de ternura maternal, la de María.