¿Cómo andáis por casa?¿Cómo os encontráis? Me diréis: a ratos. Dependiendo del momento del día, de las noticias que me van llegando, de cómo están las personas que quiero, de por donde anda mi corazón. Ayer en la comunidad compartíamos cómo estábamos viviendo cada uno estos días raros y extraordinarios de confinamiento. Es verdad que el Señor nos ha hecho diferentes y cada uno enfoca la realidad desde su particular mirada y forma de ser pero hay un desasosiego compartido, una preocupación por las personas que queremos y que no sabemos qué les pasará, un no poder estar más cerca de quienes nos necesitan, un no ver el final, una tristeza porque se nos van personas queridas sin haberlas podido despedir cristianamente con el cariño que se merecen.
Por eso quiero hacer mías hoy las palabras de un creyente, el salmista, que hoy pone en nuestros labios palabras que bien podrían brotar desde el fondo de nuestra alma con el desgarro de la súplica: «Acuérdate de mí Señor, por amor a tu pueblo». En nuestra alegre y distraída vida, olvidamos referir nuestra existencia a quien es fuente y destino de nuestra vida. Nos entretenemos con otros diosecillos más manejables a los que rendimos la adoración de nuestro tiempo, energías y afectos. Pequeños ídolos de fundición que no pueden salvarnos, que son absolutamente superfluos cuando sentimos la vida en riesgo.
Hoy volvemos nuestra mirada a quien nos puso en este mundo, al que nos sostiene y nos espera. Mirando nuestra realidad amenazada, y la de nuestra gente, clamamos también nosotros diciendo: «Acuérdate de mi Señor, por amor a tu pueblo». La fe nos recuerda que Él es fiel a su promesa, que Él nos escucha, porque nos ama. No desfallezcamos. Confiemos, adoremos al único Dios, hagámoslo juntos, como comunidad creyente que espera en el Señor. Un abrazo amigos y amigas.