Motivación
Es imposible, en este Adviento 2020, olvidarnos de la situación pandémica que padecemos o hemos padecido. Por eso el cielo de nuestra “ciudad” está oscuro. Sin tiempo para pensarlo, nos hemos visto obligados a alejarnos unos de otros, rompiendo así el “tejido relacional” de nuestra vida: las mascarillas, la imposibilidad de abrazar o tocar, de ver a los abuelos, o éstos a los nietos, el no salir de casa, la despedida final sin despedida al ser querido, la muerte en soledad…
Se ha roto el “tejido relacional”, el “tejido social” de la vida, de la sociedad…, algo que afecta a las raíces mismas de nuestra humanidad. La pandemia nos ha desnudado. Hemos descubierto, de pronto, que nos necesitábamos, que “la felicidad eran los otros”, como diría Ernesto Cardenal, en vez del “infierno”, como imaginaba Sartre… Que somos seres irremediablemente relacionales e interconectados. Que somos “nosotros” o no somos “yo”. Sin “nosotros” no hay humanidad.
Al mismo tiempo hemos comprendido también que este rompimiento del “tejido social” venía de lejos, antes ya de la pandemia, creado por un sistema de vida, de cultura, de sociedad y felicidad basada en el individuo -no en la persona- en el consumo ilimitado de lo creado o fabricado, y en la auto-realización, de un “Yo” individual y también corporativo e incluso familiar.
La oración del profeta
Por eso, la oración del profeta Isaías en la 1ª lectura (Is 63-64), expresa ampliamente los deseos ansiosos dirigidos a Dios, como Padre: «Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre desde siempre es “nuestro Libertador”. ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!» (1ª lectura: Is 63)
¿Dónde está Dios?
Es la pregunta que, en estos tiempos de pandemia, hemos oído muchas veces. Pero Dios es, precisamente, la respuesta. Porque Dios no se ha ido sino que “viene”. Dios “está viniendo” todos los días. Es el “Adviento”. Como dice el poeta:
¿No oíste sus pasos silenciosos?
Él viene, viene, viene siempre.
En cada instante y en cada edad,
todos los días y todas las noches,
Él viene, viene, viene siempre.
(Rabindranat Tagore)
Esta es la llamada del Adviento: “estar atentos” y “vigilar” (Evangelio: Mc 13,33-37).
Las luces de la ciudad
«Descendiste -dice Isaías- y las montañas se estremecieron. Sales al encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de ti (1ª lectura: Is 63)
No es necesario esperar a un Dios “todopoderoso” que, desde fuera, venga a traer la luz. Dios tiene mensajeros, mediadores, porque «el amor de Dios ha sido [ya] derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5): «Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!» (2ª lectura: 1 Cor 1,9).
En estos meses de pandemia son muchas personas que se han dejado inspirar, tal vez sin saberlo, por ese amor, ese “Espíritu” que alienta en todos los corazones, sin necesidad incluso de ser creyentes. Dios, en ellos, estaba -y está- viniendo.
«Todos nos marchitábamos como hojas…Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano» (1ª lectura: Is 64)
En medio, pues, de la oscuridad de la epidemia, las luces de muchas ventanas de la ciudad se han iluminado por medio de esas personas que, a pesar del desgarro relacional de la sociedad, han creído en LA “CULTURA DE LOS CUIDADOS”, LA CULTURA DE LA “RELACIÓN”, LA CULTURA DEL “NOSOTROS”. Es verdad: cuando menos lo esperábamos, Él ha venido y está en medio de nosotros, porque Dios es “comunión”. Es cuestión de estar despiertos, vigilar y estar atentos:
Un gesto comunitario
Este domingo, podemos PONER NOMBRE A ESOS MENSAJEROS que han puesto algo de luz en esta “oscuridad”.
La Corona de Adviento
Encendemos la primera vela de la Corona de Adviento:
Encendemos esta luz, como quien permanece en vela,
atentos para encontrar y descubrir al Señor, que ya viene.
Muchas oscuridades nos envuelven.
Muchos interrogantes y penas nos acucian.
Pero hoy queremos, Señor, descubrirte,
y acoger con esperanza a tantos mensajeros
que nos han hecho real tu presencia
en medio de nosotros
en esta oscuridad que hemos vivido,
en esta oscuridad que todavía permanece.
¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!