Algunos dicen que la pandemia nos ha hecho estar más dispuestos que nunca en este Noviembre de 2020 para vivir el adviento.
La pandemia “nos ha puesto en nuestro sitio” y ha favorecido el darnos de bruces con nuestra condición frágil y limitada.Ha puesto de manifiesto lo inconsistente de tantos proyectos y cálculos con los que nos dedicábamos a «colonizar» el futuro De repente se nos ha venido abajo la falsa la creencia de que todas las preguntas deben tener una respuesta,pensar que no había interrogante ni problema al que no pudiéramos responder gracias a la ciencia y a la técnica. Habíamos despojado la realidad de su misterio pero nos hemos dado de bruces con el misterio y es precisamente ahí donde nos convoca el Adviento. Nos suenan de otra manera las imágenes de Isaías: “fracasamos”, “nos marchitábamos como follaje”, “nos ocultabas tu rostro…”. Pero la promesa pone en marcha nuestra esperanza: “sales a nuestro encuentro” La pandemia ha llegado sin depender de nosotros, sin haberla provocado, y se nos ha impuesto como algo a lo que no tiene sentido alguno resistirse. No queda otro remedio que ad-mitir y permitir, dejar entrar lo que viene, no cerrarse al ad-venimiento.
Está ante nosotros, una vez más la posibilidad de abrirnos a otro tipo de Acontecimiento tampoco provocado, ni merecido, ni conseguido por nosotros: el nacimiento de Dios en nuestra carne. El que ad-viene a nuestro encuentro no pertenece a un futuro diseñado por nosotros,
“No hay que bajar la guardia”, nos dicen las autoridades sanitarias: «Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!», nos recuerda el Evangelio. Es una vigilancia que nos lleva a hacernos preguntas:¿qué huella va a dejar en nosotros lo vivido ¿seremos capaces de aprovechar tantas lecciones de vulnerabilidad?
Acojamos el mensaje de los textos bíblicos que nos presentan a lo largo de este tiempo , hombres o mujeres concretos que pasaron por situaciones de miedo, oscuridad, impotencia, enfermedades, peligros, sudores y lágrimas. Y nos dicen: ahí los tenéis, miradlos con atención y descubrid qué transformaciones se dieron en ellos después de haber atravesado esa maraña aparentemente intransitable.
El texto de la carta de Pedro del segundo domingo parece haber sido escrita precisamente para este momento: «Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha deser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor (…) Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva».
Nos enfrentamos, en este tiempo, al aprendizaje formidables de que la vida exige tiempo y su misterio sólo se resuelve en el tiempo, entre las experiencias, las decisiones libres y, sobre todo, la espera y la llegada de los acontecimientos. Quien no escurre el bulto al acontecimiento primero, sabe ya que en la vida se dan los acontecimientos y, por tanto, está abierto a la posibilidad de alguno más, de alguno nuevo, de otra venida de lo inesperable que lo trastorne todo de nuevo. (De un artículo de D Aleixandre en la revista homilética 2020/6)