Homilía vigilia pascual 2019
Los aromas preparados para ungir el cuerpo de Jesús.
Quizá a lo largo de esta semana y también en la historia de nuestra vida de fe, Jesús haya ido creciendo ante nuestros ojos como un modelo, un maestro de vida, alguien admirable que despierta en nosotros respeto y afecto. La vida arrebatada en su juventud, el maravilloso proyecto que El inauguró ha sido truncado por quienes en su maldad, desde la más profunda injusticia quisieron quitarlo de en medio. Nos queda una memoria melancólica, una suerte de nostalgia que queremos conservar y embalsamar con nuestro mejores perfumes y aromas. Hablamos de Jesús en pasado, lo conservamos manejable en fórmulas, textos, liturgias, dogmas y en imágenes hechas a la medida de nuestras necesidades. Y así nos aproximamos quedamente, llorosos, piadosos, a un sepulcro en donde no esperamos encontrar más que los vestigios de una vida pasada. Una realidad misteriosa pero ya cerrada: la muerte.
Sin embargo, queridos amigos, en esta noche, la más grande de todas, estamos convocados a la SORPRESA, al desconcierto, a aquello que rompe la lógica y que nos introduce en el misterio del Dios de lo imposible. En esta noche, la LUZ que ha brillado en medio de las tinieblas quiere cambiarnos el argumento de nuestra vida. Y por eso somos invitados como aquellas mujeres a abrir bien los ojos y dejarnos sorprender por una piedra corrida, la ausencia de la muerte, y la presencia refulgente de quién nos inquiere: ¿por qué buscáis entre los muertos al que vive? Yo te pregunto a ti, os pregunto a vosotros: ¿qué piedra pesada como una losa encontráis corrida o al menos entreabierta en esta noche?¿Quiénes son presencia luminosa, brillante, que con su mirada, con su voz nos hacen abandonar la queja, la melancolía, el desasosiego y la desesperanza?¿Quiénes traen al corazón la memoria de las promesas de Dios que hacen arder nuestros corazones porque en ellas está el deseo y la verdad que el mismo ha inscrito en nuestra alma? No los dudéis son los signos que aún cuando todavía es de noche y no ha despuntado el alba no zamarrean desde lo profundo, nos despiertan de nuestra religiosidad soñolienta y nos gritan: No está aquí, ha RESUCITADO.
¿Os dais cuenta de lo afortunados que somos, o mejor, de lo agraciados que somos, llenos y llenas de gracia, como María? Cuantos estamos aquí hemos recibido una noticia transformadora, algo que da la vuelta a la realidad. Ese aparente triunfo de la maldad, la injusticia, el dolor y la muerte en una pertinaz y cansina apariencia, tan espesa como la cruz, cierto, pero tan ajena al corazón de Dios que tiene sus días contados. Por la fuerza del amor, Jesús ha atravesado la espinosa noche y ha sido levantado de la muerte, por el Padre que lo ha constituido en Señor de la vida. Las mujeres, esas valientes, piadosas, constantes, las que llevan con su coraje el peso de la historia, lo saben, lo saborean, viven de esta esperanza. Y por eso lo ANUNCIAN. No pueden callarlo, contagian a los hombres religiosos desalentados, desarbolados, la noticia grande que enciende corazones con tal de que nos dejemos arrastrar por quienes ya han vislumbrado la vida del Resucitado. En esta noche, también nosotros somos convocados a ser voceros de la vida nueva de Jesús. No nos podemos callar. A quién se lo tienes que contar, cómo vas a decir a quienes te acompañan en la vida, que ya no hay hueco para la negrura; que en Jesús, Dios ha pronunciado una palabra de vida y resurrección que nos alcanza a todos los que nos hemos unido a él?
Esta noche, somos invitados a caminar en una vida nueva. Más, como Pedro algo, alguien, nos mueve a CORRER hacia al sepulcro, a retornar a los lugares de supuesta muerte propia o ajena para mirarlos de modo nuevo, con los ojos de la fe, desde la fuerza de la FE en el Resucitado. Muchos nos dirán que estamos locos, que somos tontos, ingenuos; que nos falta realismo, que somos ilusos. Muchos seguirán pensando que son cosas de mujeres que con sus historias nos han sobresaltado. Nosotros, quienes por puro don fuimos llamados por Jesús, atravesados por su mirada, abrazados por su amistad, amados y perdonados incondicionalmente, sanados en nuestras heridas, levantados en nuestras caídas y alimentados a su mesa nos basta ver una piedr corrida y unos lienzos por el suelo para saber que su promesa se ha cumplido; que Vive Cristo, esperanza nuestra; que él es la más hermosa juventud de este mundo; que todo lo que él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. El vive y nos quiere vivos y en esta noche Santa, si tenemos fe, si nos dejamos empapar por su presencia luminosa en medio de la noche, nuestra historia personal, la de nuestra Iglesia y la de nuestro mundo, empieza a cambiar y a transformarse.