Noche de luna llena. La primera de la primavera en el mes de Nisán. El fuego ardía en la plaza delante de la Iglesia. Nuestra comunidad de fe se reunía para comenzar la gran celebración de la Pascua: el paso de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida. Noche de paso a la vida, noche de luz y alegría. Bendecido el fuego, encendido el cirio pascual, caminamos tras el signo luminoso de Cristo Resucitado hacia el interior del templo, portando la luz derramada sobre su pueblo, espantando tinieblas y miedos. Cantamos, escuchamos historias de amor y liberación, entonamos gloria y aleluya y nos dejamos embriagar por la noticia de la Resurrección contada por mujeres que encontraron el sepulcro vacío y la invitación a ir a Galilea, para encontrarse con el Señor de la Vida.
Juntos renovamos nuestro bautismo, el que nos hace nacer a una nueva vida en Cristo y vivir ya como resucitados, capaces de transformar este mundo por la fuerza del amor que nos habita. Y finalmente, nos sentamos en torno a la mesa donde Jesús mismo parte el pan y reparte el vino, que es su vida para siempre con nosotros en la eucaristía.
A todos los que formáis parte de esta comunidad de fe, feliz pascua de Resurrección. Tenemos cincuenta días para avivar la fe y para contagiarla, para iluminar a nuestros hermanos en el mundo, con la luz, la alegría y la paz de Cristo, nuestro amor y nuestra esperanza.